Nikolski es una novela que cayó en mis manos por casualidad. La persona que me la presentó, me dijo: «Toma, léela cuando puedas y ya me dirás tu opinión».
Hasta no adentrarme en sus páginas, pensé que su título, tan breve como sonoro, haría referencia a algún personaje del Este de Europa sobre el que caería la responsabilidad de sostener la trama. Al descubrir a qué hacía referencia y su significado dentro de la obra, comprendí que me hallaba ante un autor sumamente original, algo que, pese a que el «secreto» se desvela muy pronto, ya había intuido.
Nikolski es, ante todo, una historia humana, la narración de tres vidas diferentes en sus orígenes aunque similares en su status, cuyos pasos les guían hacia una confluencia que llega cuándo y cómo el autor desea, y no necesariamente cuando el lector -aunque habrá quien lo anticipe- lo prevea.
Las provincias, ciudades y pueblos de Canadá elegidos para desarrollar la acción rezuman tiempos pasados, culturas semiperdidas, modos de vida apolillados que, sin embargo, al igual que las telarañas que pueblan los grandes caserones abandonados, continúan de algún modo vigentes y dotando de personalidad a esos espacios.
La historia, las diferentes historias que se cuentan, son buenas, atractivas, sugerentes, pero en este caso, el gran mérito –a mi modo de ver- es la habilidad del autor para presentarlas y hacerlas crecer. El tema de la pesca está muy presente. Aprovechándome de ello, diré que Nicolas Dickner es un prodigioso pescador que, con cebos aparentemente sencillos, sabe echar la caña, hacer picar al pez y tenerlo atrapado, dándole y quitándole hilo a capricho, para acabar rindiéndolo y, en el momento final, cortar la pita y que cada uno se vaya por su lado.
Nikolski ha sido para mí todo un descubrimiento, uno de esos libros que te llevan sobre un mar de dunas suaves, de mareas tolerables, de pasos variados y de emociones inesperadas. Una de esas novelas que se disfrutan, que se degustan, que se saborean en cada línea, y que dejan el poso impagable de haber sentido, de haber aprendido y de haber viajado en el tiempo, en el espacio y en el laberinto del alma humana.
Nicolas Dickner posee el envidiable don de arrastrarte, lenta pero inevitablemente, con su manera de narrar. Una de esas personas capaces de transmitir su sensibilidad. Sin duda, un autor llamado a regalarnos novelas gloriosas.