cervantes huesosTras varios años excavando el subsuelo de la cripta del Convento de las Trinitarias de Madrid, los expertos que han llevado a cabo el trabajo parecen haber escrito el punto y final de su particular historia al anunciar que los huesos de Miguel de Cervantes han aparecido.

La alcaldesa de la ciudad, Ana Botella, ha declarado –en castellano actual, no en castellano antiguo, privándonos de su exquisita pronunciación de diferentes idiomas, como el spanglish- que «Hoy es un día importante para España y para nuestra cultura. Hoy hemos contribuido a nuestra historia». Haciendo un inciso en el tema y robando unas líneas a don Miguel, apunto que también se contribuiría muy bien, incluso mejor, poniendo el mismo énfasis y el mismo presupuesto en la tarea de recuperar los cuerpos de miles de personas cuyos parientes directos aún viven y que fueron enterrados en fosas comunes hace no cuatrocientos años, sino menos de ochenta, después de ser asesinados.

Intuyo que la alcaldesa ya está contando mentalmente los euros que los turistas dejarán en las arcas del ayuntamiento cuando se acerquen en tropel y cámara de fotos en ristre a presenciar la urna en la que se exhiba un amasijo de huesos, porque en realidad ése es el hallazgo: un amasijo de huesos perteneciente a una veintena de personas que hasta hace dos días descansaban felizmente bajo tierra.

En las declaraciones de la señora Botella, así como en las de otros políticos y afines, uno cree entrever los mismos intereses que en su día, allá por el año 813, movieron al Rey asturiano Alfonso II El Casto a proclamar a los cuatro vientos que los huesos encontrados por el eremita Pelayo en tierras de Galicia eran los de Jacob, el hijo de Zebedeo –aquí conocido como Santiago- y hermano de Juan el Evagelista, ambos, Jacob y Juan, apóstoles de Jesús de Nazaret, cuando la lógica histórica, amén de la lógica racional que no puede admitir la fantasiosa leyenda de Santiago, parece indicar que en realidad los huesos encontrados en el Campus Stellae pertenecían al hereje gallego Prisciliano de Ávila, decapitado por eso –por hereje, no por gallego- en el siglo IV. El astuto rey asturiano vio en aquel hallazgo una oportunidad única para agrupar en torno a sí al desconsolado personal cristiano, agobiado y maltratado por la morisma que le arrinconaba sin piedad contra el Cantábrico, e hizo de aquellos huesos el estandarte que en adelante enarbolaría en su empresa de Reconquista.

Al igual que él, los políticos de ahora ven en la osamenta de Cervantes su oportunidad para quién sabe qué enrevesados y productivos intereses... personales.

Aunque las declaraciones de los expertos, por boca del antropólogo forense Francisco Etxeberría, me han recordado en buena parte a las habituales declaraciones de Rajoy por aquello del sí pero no, del estoy seguro aunque puedo estar equivocado... Aplaudo su prudencia, los matices aportados y la sencillez, que no simpleza, del vocabulario empleado.

En definitiva: que es muy posible que entre ese montón de huesos, huesecillos, esquirlas, restos textiles, tierra y astillas, se encuentre el esqueleto de nuestro autor estrella.

De aquí a un tiempo, casi con toda seguridad, la tumba de Miguel de Cervantes figurará entre las más visitadas del mundo, peleando en el ranking de popularidad con las de Shakespeare, Jim Morrison, Elvis o John F. Kennedy.

Me pregunto cuántos de ésos que babearán y se fotografiarán sobre unos huesos de quién sabe quién conocerán la vida del hombre llamado Miguel de Cervantes Saavedra y cuántos habrán leído, o al menos intentado leer, su obra más conocida, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

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