pastillaverdeAnte ciertas noticias, uno no sabe con certeza qué preguntarse. La primera impresión es la de estar gobernados –a todos los niveles- por auténticos descerebrados.

Dejando a un lado el esperpento de los debates parlamentarios, que son como peleas de paletos rebozados en la mierda de una cochiquera culpando al contrario de oler peor, noticias como la conocida recientemente acerca de que el ayuntamiento de Mérida ha tomado la decisión de organizar el World Padel Tour 2015 sobre el anfiteatro romano de la ciudad, me plantean indefectiblemente dos cuestiones:

 -¿Qué virus puede habitar en el cerebro de un mandatario para decidir una barbaridad de tamaña magnitud?

-¿Engordará su cuenta bancaria –por supuesto sin saberlo él, faltaría más-, así como la de algunos de sus colaboradores, tras el evento?

Sinceramente, este último aspecto es el que menos me importa. Si poner la boina –pequeña, sucia y descolorida- les supone incrementar su patrimonio, mejor para ellos. Lo que sí me importa es la salud del anfiteatro romano, una de nuestras joyas, declarada Bien de Interés Cultural en 1912 y en 1993 Patrimonio de la Humanidad, como parte del Conjunto arqueológico de Mérida, por la Unesco.

Solamente estas consideraciones deberían ser suficientes para que un alcalde con un mínimo de sensibilidad ni siquiera se lo planteara, pero parece que esas cuatro piedras no merecen para el de Mérida el respeto que algunos, muchos, muchísimos, les profesamos.

La estructura que el evento deportivo exige supone varias toneladas sobre unas ruinas milenarias que en vez de ser mimadas como frágiles cachorros van a ser maltratadas como si se tratara de un enemigo. Resulta paradójico, ridículo, absurdo, que se pongan vallas, cintas y elementos de seguridad para no acceder a diferentes espacios del anfiteatro –así como de otros edificios- para preservarlos de un posible deterioro motivado por las zapatillas de los visitantes, y luego se permita levantar sobre la totalidad del anfiteatro un monstruo de metal de miles de kilos de peso, amén de la maquinaria necesaria, del personal currante y de los miles de espectadores que acudirán al torneo.

Allá por el año 410, los bárbaros de Alarico se presentaron en Roma y no pestañearon a la hora de incendiarla y saquearla. Ahora, en 2015, los nuevos bárbaros –con DNI y adscripción política- vuelven a destruir no sólo Roma, sino también Hispania. Puede parecer que no es lo mismo destruir una ciudad que un simple edificio, pero cuidado, hay algo que invierte los pareceres y el alcance de los delitos: aquellos salvajes de entonces, presumiblemente, no sabían lo que hacían. Los de hoy, sí. ¿O no? La primera opción me provoca indignación, la segunda sudores.

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